viernes, 26 de junio de 2015

COSAS QUE HACER ANTES DE MORIR

Llega el fin de semana y en vez de imprescindibles o cosas que quiero hacer estos días de asueto, os dejo un maravilloso articulo que encontré cacharreando por la red.
espero que os guste tanto como a mi y que aunque no vayamos a morir ahora, ni pronto si puede ser....ponerlas en practica.
Yo ya estoy con algunas de ellas.
Noe.

Diez cosas que hacer antes de palmarla

Publicado por
Keith Richards, Tina Turner, David Bowie
Esta lista se ajusta únicamente a mi criterio personal. No hay otros condicionantes ni argumentos para mis recomendaciones: se basan simplemente en mis deseos y experiencias. Que el lector se sienta libre de añadir en la sección de comentarios sus propias elecciones. Los insultos, si los hubiera, deben formularse con corrección y sin aspavientos. Por favor, no escriban en mayúsculas, es francamente molesto.
  1. Beba. Los abstemios y los alcohólicos no se sentirán cómodos con esta recomendación pero si faltaran cinco minutos para que un meteorito del tamaño del Santiago Bernabéu impactara con la Tierra, nada mejor para prepararse que un buen copazo. Mis recomendaciones irían del Regajal (la prueba de que en Madrid se hacen vinos cojonudos) al Bollinger, pero si hay que ponerse serio que la muerte me pille cerca del Harry’s Bar y de sus dry martinis (“uno es mucho, dos es poco”, dicen los locales). El de Venecia, no los imitadores. Y si no puede ser, pues en algún garito de Glasgow, de esos con baño de moqueta y reposacabezas en los urinarios para que los fieles no se abran la cabeza cuando vayan a vaciar la vejiga por culpa del clásico latigazo —ese que produce una buena tuerca—, donde uno puede tomarse una pinta en medio del pueblo más bebedor del mundo.
  1. Lea. Sí, es molesto leer, tanta página, tanta letra, tanto esfuerzo para que luego se te olvide lo que has leído. Sin embargo, el que insista acabará encontrando una honda satisfacción en el noble acto de dejar que la mirada se pierda en un espacio a menudo reducido (no lea esos mamotretos gigantescos hechos para que sus amigos le encuentren interesante). Leer es una de esas cosas que le reconcilian a uno con la raza humana (a menos que se lea Coelho, Moccia o Espinosa, entonces un sentimiento homicida te recorre la espina dorsal y crees que la guerra nuclear no es tan mala idea). En nuestro país Acantilado, la serie negra de RBA, Efemérides, Crítica, Debate o Blackie Books son garantía de calidad. Los científicos aún no han encontrado —de momento— ningún vínculo entre la lectura y alguna enfermedad mortal. Aproveche hasta que lo descubran. A los condenados a muerte no deberían preguntarles por la última cena, deberían dejarles leer un último libro: no les compensaría pero se irían del mundo con algo más que rabia y miedo. O al menos así debería ser.
  1. Quédese embobado delante de un cuadro. No se haga el listo, no escoja uno de esos archiconocidos con los que llevan bombardeándole toda la vida. Atrévase con algo nuevo. Vaya a un museo, paséese por sus salas y cuando encuentre el lienzo adecuado deténgase, apague el móvil, póngase a una distancia adecuada e insista en meterse entre pincelada y brochazo. No se trata de imitar a los que hace años se empeñaban en ver imágenes en tres dimensiones y acababan por ver una mierda. Es algo más intuitivo, simplemente relájese y piérdase. Nadie puede explicarle nada del arte, eso no se explica, sea valiente e inténtelo. Si no le gusta siempre puede recurrir a la opción 1. Un servidor sufrió (en el Guggenheim) una epifanía ante un cuadro de la última época de Mark Rothko: la humanidad merece un final lento y doloroso. Y, si puede ser, que este terrible destino afecte primero a los tertulianos.
  1. Váyase de viaje. No sea un turista, no siga a nadie que levante un cartel ni se suba a un autobús con 50 parroquianos para ver una iglesia en 10 minutos. Coja un tren, conduzca, no acepte un “no” por respuesta. No acuda a los sitios típicos ni se compre una guía, improvise, finja (recuerde que es algo que va a hacer antes de morir), imponga su voluntad a la del bloguero que le dice que si no va usted al último piso del Empire State Building será usted poco menos que un primo. Coma en restaurantes que le inspiren desconfianza, lejos del centro, arriésguese. Y si hace usted un viaje de verdad, disfrútelo, desde el maldito avión hasta el último minuto del control de seguridad. Un consejo: coja el Rocky Mountaineer que atraviesa Canadá de costa a costa: es incómodo, el traqueteo hace imposible dormir y comerá muchas hamburguesas de visón, pero los miles de kilómetros de bosques, punteados de cuando en cuando por una cabaña cochambrosa y minúscula, le enseñarán más del mundo que la Enciclopedia Británica y quinientas escapadas a Nueva York. Viajar es caro, no malgaste dinero en chorradas, no se vaya un fin de semana: ahorre y dese a la aventura. Nota: si tiene usted pasta váyase a África un mes, antes de que todos la descubran y se convierta en el nuevo París. No se arrepentirá. Y una vez allí no haga ningún maldito safari fotográfico, por el amor de Dios.
  1. Vea un clásico. Yo le recomiendo uno hollywoodiense, de cuando el cine era más grande que la vida (yo le diría John Ford, pero si usted dice Fritz Lang o Akira Kurosawa o François Truffaut, le daría un abrazo). Ahora mismo están reponiendo El hombre tranquilo en los cines Verdi, una copia nueva, en 35 mm. Déjese de experimentos y asegúrese la jugada, disfrute de los que pensaban que el séptimo arte era el primero. Ahora que el cine parece basarse en principios como “si es americana o acaba bien es mala” o “no he entendido nada; es una obra maestra” vuelva a los brazos del padre, a los señores que dirigían con traje y corbata, los tipos con parche en el ojo y los que se cagaban en la estrella y le gritaban “eres un auténtico inútil” enfrente de todo el reparto. Disfrute de la narrativa clásica (sí, narrativa clásica, coño) y de los que leían poesía a escondidas y de los que consideraban el western lo mejor que le ha pasado al hombre desde el descubrimiento del chocolate y la Viagra. Y si todo esto no le apetece póngase Tiburón y ríase de los que ahora se ríen de Spielberg. Sí, los hay, se lo aseguro.
  1. Cómprese la discografía entera de algún genio y escúchela del tirón. Me vale Dylan, Bowie, Van Morrison, los Beatles o hasta los Grateful dead o los Talking Heads. No sea tramposo y no escoja a los Doors o a Jimi Hendrix. En tiempos en que uno no da abasto con la música y que le da una patada a una piedra y salen doscientos cuarenta y tres grupos nuevos, atrévase a escuchar al mismo durante un rato (largo) y descubra sus matices, sus inflexiones, sus tesoros. No se despiste, dedíquese a ello, como si fuera el protagonista de una novela de David Foster Wallace en pleno ataque obsesivo-melómano. No lo deje, no se dé por vencido (sí, hay momentos en que querrá dejarlo, como cuando Van Morrison se apuntó a la cienciología y luego hizo un —incalificable, por horroroso— tema con Sir Cliff Richards). Y sobre todo, no hable de ello con nadie, eso de que las cosas compartidas son mejores es una memez. Usted a lo suyo, hágalo, dese un palmadita en la espalda y —como máximo— hágase un día el chulo en una cena, cuando no venga a cuento. Los excéntricos van muy buscados en estos tiempos.
  1. Coma. Coma bien. Dese un homenaje. Váyase al Momofuku de Nueva York, piérdase por Tokio (leer a Anthony Bourdain le hará bien) o cómase una tortilla de patatas en ese bar cochambroso que solo usted conoce. Piérdase por el mercado de Rialto y cómase unas croquetas de atún en ese local donde si entran dos comensales uno tiene que esperar fuera porque no hay más espacio. Zámpese una hamburguesa en Houston, una pasta al olio e aglio en Roma, un rombo en Sicilia, un pincho en los mercados callejeros de Seúl, un risotto en Toscana, unos mejillones en Praga, un Schnitzel en Viena o Berlín. No pise esos sitios donde por tres euros le darán un bocata, una coca cola y unas patatas hechas con aceite que lleva tanto tiempo friendo cosas que está considerado como patrimonio de la humanidad. Atrévase a probar cosas nuevas, convenza a sus amigos de hacer lo mismo, aprenda a cocinar. Sí, aprenda a cocinar amigo/a: hágase sus platos, complíquese la vida. Que solo se vive una vez, coño.
  1. Folle.
  1. Apostate. Vaya a su parroquia y diga que quiere borrarse. El cura de turno le dirá que no lo haga, que es muy complicado. Cuando vea que se pone usted tozudo/a tratará de convencerle de que es una crisis de fe pasajera, que pasará y que pronto estará usted rezando otra vez, “como todo el mundo, vaya”. Insista, moleste, envíele tuits, SMS, póngase insolente en su Facebook. No va a ser fácil, se lo advierto, en la Iglesia católica es muy sencillo entrar pero muy complicado salir, pero no se rinda. Puede usted seguir creyendo en Dios, pero tóquele un poco la entrepierna a la madre Iglesia. Prepárese un speech convincente (léase algo de Christopher Hitchens, le ayudará). Yo tenía un amigo, hablaba ocho idiomas y era un genio absoluto, pero su obsesión eran los testigos de Jehová. Cuando llamaban a su interfono les invitaba amablemente a subir a su casa. Una vez allí les interrogaba acerca de la Biblia, buscando divergencias, errores, inexactitudes. Los apesadumbrados feligreses se rendían pronto ante el carácter enciclopédico de mi amigo en lo que respectaba al libro sagrado. Ahora bien, cuando querían huir se encontraban con que la puerta estaba cerrada, con llave. Comprendían demasiado tarde que habían caído en una emboscada. Finalmente, después de perder a tres militantes en cinco semanas, los testigos de Jehová comprendieron que corrían grave peligro y marcaron el botón del interfono con una X negra. Incluso colgaron un papel en el Salón del Reino para advertir de la presencia de aquel villano en la comunidad, prohibiendo a los nuevos miembros acercarse por allí. Mi amigo optó entonces por venirse a mi casa, donde desplumó a dos feligreses más en un mes aun con la fiera oposición de mi madre. Finalmente los amigos de Jehová optaron por no venir al barrio. Desde su punto de vista (el de mi colega) lo ideal sería que consiguieran que el cura de su parroquia apostatara y se diera a la bebida. Yo me conformo con que lo intenten.
  1. Dejen de leer artículos como este y hagan algo útil.

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