"....si tratamos sistemáticamente de destruir en
nosotros mismos todo aquello que sabemos no debería estar ahí, es decir, el
amor propio, el orgullo, la vanidad, la sensualidad, la presunción, el recelo,
la conmiseración de nosotros mismos, incluyendo también aquí el resentimiento,
la condenación, etc; si no alimentamos estos defectos cediendo a ellos, sino
que los dejamos morir negándonos a que tomen expresión; si cultivamos con toda
lealtad un recto pensar hacia todas las personas o cosas a nuestro alcance, y
especialmente a las personas que no nos son simpáticas y a las cosas que no nos
gustan, es entonces cuando somos dignos de ser llamados <<la sal de la
Tierra>>.
Si verdaderamente vivimos esta vida, las circunstancias que
nos rodean actualmente carecen de toda importancia; cualesquiera que sean las
dificultades con que tenemos que luchar, serán superadas, y seremos capaces,
positiva y literalmente, de ejercer una influencia luminosa y sanadora a
nuestro alrededor, y ser bendición para toda la humanidad. Es más, haremos bien
a hombres y mujeres en lugares y tiempos remotos, a personas que jamás han oído
ni oirán hablar de nosotros, seremos así la luz del mundo, por sorprendente y
maravilloso que parezca.
El estado de nuestra alma se manifiesta a través de las
condiciones exteriores de nuestra vida material, y en la influencia intangible
que irradiamos. Hay una Ley Cósmica que nada puede negar permanentemente su
propia naturaleza.
Emerson dijo: "Lo que eres grita con una voz tan alta
que no puedo oír lo que estás diciendo".
El alma que va desarrollándose y que se construye en la
oración no se puede esconder, brilla esplendorosamente a través de la vida que
vive. Habla de por sí, pero en un silencio profundo, y cumple sus mejores obras
inconscientemente. Su sola presencia sana y bendice sin esfuerzos todo lo que
la rodea".
"El sermón de la montaña"
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