Presentación del libro "Frente al Pacífico", Junio de 2011.
por Montserrat Sanz Yagüe
"Cuenta un escritor brasileño amigo mío, Edweine Loureiro, que, en una
cena en la que le preguntó a un anciano japonés cómo pudo transformarse
Japón tras la Guerra Mundial en una potencia económica, éste le
respondió ofreciéndole un tazón de arroz con una sonrisa.
Mi amigo pensó
que su interlocutor había optado por ignorar la pregunta, pero éste,
consciente de la perplejidad de su compañero de mesa, le ofreció una
explicación de su metáfora.
"Al término de la guerra, no teníamos arroz
para comer", le aclaró.
"Entendimos que sólo trabajando juntos e
intensamente seríamos capaces de vencer al hambre y a la miseria. Así
que nos convertimos nosotros mismos en arroz cocido: cuanto más pegados
unos granos a otros, más fuertes nos hacíamos."
El arroz japonés
constituye la alegoría perfecta para ilustrar las diferencias entre la
naturaleza de este pueblo y la nuestra: mientras nuestro concepto de
arroz de calidad incluye como condición indispensable el que sus granos
estén sueltos, el arroz japonés es pegajoso.
Cada grano, redondo y lleno
de almidón, se encuentra pegado a otro, de manera que comer con
palillos no supone ninguna dificultad: los granos nunca se caen y el
tazón queda invariablemente limpio al final.
El señor de la historia le
hizo entender a mi amigo que los japoneses, ante una catástrofe de
proporciones inimaginables, hicieron lo que mejor saben hacer: poner el
bien común por encima del individual.
El progreso se derivó de ello por
sí solo, y en la repartición de los beneficios también entraron todos.
El arte de anteponer el bien común al propio, tan bien visto, aceptado y
predicado universalmente, no es sin embargo practicado con frecuencia
en muchos lugares del mundo.
¿Es, pues, inalcanzable para seres que no
posean una cualidad humana especial? ¿Cómo se implementa en actos
concretos?
La lección que recibimos con cierto desconcierto los
occidentales que vivimos en Japón es que la cuestión carece de misterio,
ya que no requiere de ningún sacrificio heroico ni de ninguna capacidad
sobrenatural.
Hacer bien el trabajo de uno, sin cuestionar ni eludir
sus aspectos más ingratos, cualquiera que sea el oficio y la
consideración social que reciba, es la única clave para pertenecer a ese
arroz cocido colectivo y beneficiarse al mismo tiempo como individuo.
Si todo el mundo sigue el mismo principio de no escabullirse de los
aspectos que no le gustan del trabajo y los realiza con la misma
diligencia que aplica a aquellos que le agradan --a pesar de
inclinaciones propias que motivarían a uno a no hacerlo así-- no hay
razón para establecer percepciones clasistas en cuanto al valor del
trabajo de cada uno.
Todos somos parte pequeña de una gran maquinaria y
navegamos en el mismo barco. Una definición simple de respeto al trabajo
como un privilegio sagrado y de respeto mutuo que cualquiera puede
entender.
La paradoja es que este arte de vivir en colectividad consiste,
precisamente, en ser del todo individualista, responsable absoluto y
soberano de la tarea a uno asignada. Ser parte importante del grupo
parece consistir en asumir una tarea concreta de forma verdaderamente
independiente para realizarla en toda su perfección.
No existe por tanto
pérdida de libertad en la pertenencia a la colectividad, sino
precisamente un gran individualismo. Y si esa labor que el destino te
asigna no corresponde a tus sueños, tampoco es culpa del trabajo, sino
de uno mismo. Mientras se aspira a más, la obligación se ejecuta con
respeto y agradecimiento por tener algo en qué realizarse como humano.
Esta otra definición de individualismo, diferente a la occidental,
destaca el reto personal de realizar bien la empresa que uno ha
aceptado, consciente de que lo contrario siempre redundará en perjuicio
de alguien.
Una realización de nuestras capacidades al máximo que
conlleva siempre una gran auto satisfacción. La base de las sonrisas
ubicuas en Japón.
Esta relatividad "cuántica" oriental penetra en las
experiencias diarias de los extranjeros que vivimos en Japón y hace que
se desmoronen todas nuestras certezas occidentales. A medida que nos
adaptamos a vivir en su cultura, vamos relativizando nuestras creencias,
despojándonos de algunas y comprendiendo un poco más los conceptos
ambiguos que subyacen a esta cultura lejana, donde nada es lo que parece
y todo es a la vez transparente de puro básico".
A ver si aprendemos algo nuevo de los japoneses y como se sobreponen a las tragedias.
Una presentación con moraleja a seguir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario