¿Quien no recuerda una despedida de un ser amado?
Ese sentimiento de vacío cuando se aleja y sabes que jamás regresará, que nunca mas volveras a verlo junto a ti.....
La literatura clásica nos vuelve a demostrar que puede describir escenas y nosotros tras miles de años sentirlas como nuestras....
Veamos la despedida de Hector el protector de Troya y su amada esposa...ella ya intuía su fin heroico y su separación eterna.
"…Héctor protegía Troya cual ninguno. Y sonrió al mirar a su hijo,
silencioso; pero Andrómaca, llorosa junto a él, tomó su mano y le habló
así:
- ¡Desdichado, tu valor te
perderá! No te apiadas de tu hijo niño ni de mí, miserable, que no
tardaré mucho en ser tu viuda, porque los aqueos te matarán en un
asalto. Más quisiera, si he de perderte, hallarme dentro de la
sepultura, pues nadie me consolará cuando se haya cumplido tu destino,
quedándome únicamente mis dolores. No tengo ya a mi padre ni a mi madre
venerable. El divino Aquiles mató a mi padre al saquear la populosa
ciudad de los kilikienses, Tebas, la de las altas puertas. Mató a Etión;
pero no atrevióse a despojarle por un respeto piadoso. Y quemó su
cadáver con las fuertes armas y le erigió una tumba, a cuyo alrededor
plantaron olmos las ninfas Orestiadas, hijas de Zeus tempestuoso. Siete
hermanos éramos en casa y a todos hizo bajar a la mansión de Edes el
divino Aquiles un mismo día cuando cuidaban de los lentos bueyes y las
blancas ovejas. Y se llevó con otras prendas del botín a mi madre, que
había reinado al pie del Placo, rico en árboles, y cedióla por un
rescate espléndido; pero Artemisa, que envanece de sus flechas, la hirió
en nuestra morada. ¡Héctor! Hoy eres para mí, por tanto, un padre, una
madre venerable, un hermano y un esposo pletórico de juventud.
¡Compadéceme y permanece en esta torre para no dejar huérfano a tu hijo y a tu esposa viuda! Reúne a tus tropas detrás de
esas higueras silvestres, que es el sitio de mejor acceso a la ciudad y
por donde ya tres veces atacaron los más valerosos acayos: los dos
Ayaces, el ilustre Idomeneo, las atreidas y el bravo hijo de Tideo, no
sé si porque un adivino les guiará o animados del propio impulso.
Y le contestó el gran Héctor el del casco palpitante:
- En verdad, mujer, que también son míos tus temores; pero incurrirá en
el odio cruel de los troyanos y de las troyanas de largos peplos
rastreros, si como un cobarde rehuyera la lucha. Y mi corazón tampoco me
dicta huir, porque he aprendido a ser audaz en el combate siempre y a
pelear entre los primeros para gloria de mi padre y mía. Bien se alcanza
a mi alma que algún día perecerá la santa Troya, y Príamo y el bravo
pueblo de Príamo. ¡Pero ni la desdicha futura de los troyanos, ni la de
la misma Hécaba, ni la del rey Príamo y mis hermanos valerosos, que
caerán hacinados bajo el poder de los guerreros enemigos, me aflige cual
la tuya el día en que un aqueo acorazado de bronce te prive de la
libertad, arrastrándote con él, llorosa! Y tejerás, a tu pesar, la tela
del extranjero, e irás por agua a la fuente Meseida o Hiperca. Y habrá
quien diga al verte enjuagando tus lágrimas.: “Esa es la mujer de
Héctor, el más bravo de los
troyanos domadores de caballos que defendían el cerco de Troya”. Y
sufrirás entonces un dolor lancinante al recuerdo de tu esposo perdido,
el único que podría romper tu esclavitud. ¡Ojalá la tierra me amortaje
antes de que oiga tus quejidos y vea arrancarte de aquí!
Cuando hubo hablando
así, el ilustre Héctor tendió las manos hacia su hijo; pero el niño se
echó atrás sobre el seno de la nodriza de cintura graciosa, empavorecido
por el espanto de su amado padre, cubierto de bronce y sobre cuyo casco
una cola de caballo agitábase terrible. Y el padre muy amado sonrió, y
también la madre venerable. Y el ilustre Héctor, quitándose su casco
resplandeciente, lo dejó en el suelo. Y besó a su hijo muy amado,
meciéndole en los brazos, y rogó a Zeus y a los otros dioses:
- ¡Zeus, y vosotros,
dioses, haced que mi hijo se distinga como yo entre los troyanos; que
esté pletórico de fuerza y reine con pujanza en Troya! ¡Que un día pueda
decirse de él al verle regresar del combate: “Es más valiente que su
padre”! ¿Y que habiendo matado al guerrero enemigo, conduzca a modo de
trofeo los sangrantes despojos, y el corazón de su madre salte entonces
de júbilo!
Cuando hubo hablado
así, puso a su hijo en los brazos de la muy amada esposa, que le aprestó
contra su seno perfumado llorando y sonriendo a la par; y a su vista,
acaricióle el guerrero la mano y dijo:
- No te acongojes,
desventurada, por mi suerte. Ningún guerrero podrá enviarme a la mansión
de Edes contra mi destino, ni ningún hombre vivo, sea cobarde o bravo,
podrá oponerse a su destino. Ahora retorna a nuestra casa, cuida tus
quehaceres, el telar y la rueca, y vigila a los servidores. La guerra
preocupa a todos los guerreros que nacieron en Ilios y a mí
principalmente.
Cuando hubo hablado
así, de nuevo requirió su casco de flotante cola de caballo. Y la muy
amada esposa se volvió a sus moradas, mirando hacia atrás y derramando
lágrimas. Y en las moradas de Héctor, el matador de hombres, encontró a
los criados presa de una gran pena y llorando por su amo, vivo todavía,
sin pensar que otras veces regresó del combate y escapó de las manos
guerreras de los acayos.